BLOG DE CRÍTICA Y ANÁLISIS

martes, 23 de julio de 2013

Les misérables [II] - Tom Hooper (2012)


Sagrada revolución
Haremos una lectura a Los Miserables de Tom Hooper, señalando los indicios que nos indican porque esta es una de las películas más revulsivas, para cierta mentalidad, que el cine ha dado en los últimos tiempos.

La primera acción de Jean Valjean, nuestro protagonista, es clave para comprender la simbólica alrededor de Los Miserables. Jean Valjean es un presidiario. Cumple servicios al estado amarrando inmensos barcos en la ciudad. En la primera escena de la película lo vemos como pese a la tormenta, la lluvia y las olas, logra ingresar un gigantesco barco, ayudado tan solo por sus compañeros de circunstancia y algunas sogas. Recordemos entonces: hacer ingresar el barco a la ciudad.
La otra imagen clave también se da al inicio. Javert, el guardia obsesionado con Jean Valjean, observa desde las alturas el trabajo de los presos. Estas oposiciones son simétricas: la película contará el ascenso de Jean Valjean y la caída de Javert.

La revolución francesa no fue religiosa, y mucho menos católica. Al contrario: durante sus días se llegó a coronar como divinidad de Francia a una prostituta que representaba a la racionalidad, a la Iglesia le fueron confiscadas tierras y desde esa llamada "Ilustración" nos viene la mala fama que procesos tan complejos como La Edad Media y la Inquisición han tenido. Cualquiera que investigue seriamente sobre ambas se dará cuenta que no fueron tan malvadas como se nos quiere vender. Es responsabilidad nuestra no dejarnos contar la historia hecha por los ganadores, como todo argentino lo sabe a la hora de enfrentarse a los sucesos de Rosas. E incluso del peronismo. Una señal de ello es un episodio poco conocido (¿casualidad'?), de esos días: la llamada Epopeya de Vendée, una alianza guerrera entre campesinos, sacerdotes y nobles en contra de la revolución y sus reformas.

Jean Valjean es un pecador. Se ha caído. Primero de manera original, situación que hereda de nuestro padre Adán. Luego por su propia acción. Su lucha en la película es una lucha por resarcirse. No ante la mirada del hombre, sino ante la mirada de Dios. Sabe que su situación fue injusta: estuvo preso por haber robado un pan para alimentar a un niño enfermo. Ese no es el crimen que lo atormenta. Jean Valjean se castiga por haber sido salvado milagrosamente por la Providencia de esa situación injusta y no haber estado a la altura de esa salvación. Cumplir a Fantine la promesa de salvar a su niña es darle un sentido al propio milagro que ocurrió en su vida.

¿Que milagro vivió Jean Valjean? Con libertad condicional, y cuando era rechazado por todos, ingresó a una iglesia y robó su platería. La policía lo detuvo pero el Padre de la iglesia, lejos de denunciarlo, declara habérselas entregado, añadiendo incluso que olvidó llevarse otras piezas. Jean Valjean, que solo conocía de miseria y dolor, vive el milagro de la piedad. Años después, cuando gracias a esa misma platería logra convertirse en un alcalde y patrón justo, no escucha el reclamo de una sufriente Fantine, cosa que la lleva a la muerte. La culpa ante esta muerte empuja a Jean Valjean a salvar a la pequeña hija de Fantine, la angelical Cosette. Salvarla a pesar de su propia libertad, a pesar de su propia salud. Jean Valjean inicia el único camino posible para la salvación: el camino del sacrificio.

Jean Valjean quiere ascender. Es interesante ver en la película como este ascenso está marcado de varios formas: por posiciones y movimientos de cámara, por miradas al cielo, por rezos implorando de rodillas. Esta conciencia de la situación es incluso reforzada por la cantidad de veces que en las letras de las canciones se hace alusión directa a las caídas, lo mismo que la cantidad de veces que se lo ve a Jean Valjean derrumbarse en el piso.

Javert, que estuvo siempre en lo alto, pero falsamente, también vive un milagro, el de la piedad, al ser salvado de la muerte por su enemigo Jean Valjean. Javert no puede vivir con la consciencia del milagro. Y prefiere lanzarse al vacío, prefiere descender. En una de las canciones que tiene sobre un tejado (donde sin ser religioso quiere estar a la misma altura que La Notre Dame que tiene enfrente) Javert canta sobre Lucifer, caído por no soportar el plan divino. Javert cae por la misma razón, mientras que Jean Valjean, por entregarse a este plan, logra ascender.

El sacrificio de Jean Valjean es tan alto que hasta acepta para su hija al hombre que ella eligió: un revolucionario. Los revolucionarios no eran hombres religiosos. O sus creencias trascendentes estabas apoyadas en sociedades secretas anticatólicas como la masonería y la llamada gnosis. Jean Valjean, cuando el revolucionario puede morir, ruega por él, aún sabiendo muy bien de que clase de hombre se trata. Y en esto la puesta es excepcional. Jean Valjean ruega rodeado de símbolos masónicos: ruega dentro de una pirámide formada en un vidrio, ruega siendo observado desde una pared por el dibujado y alto ojo de Isis, símbolo masónico por excelencia. Pero Jean ruega de espaldas a este ojo, ruega a un poder superior a él, más alto. Jean ruega a su Dios católico. Y el hombre es salvado.

Marius, el revolucionario, viene de una familia tradicional: aristócrata y católica. Pero ahora, con su accionar revolucionario, se ha convertido en una deshonra para su familia, materializado esto en el desprecio que le demuestra su abuelo. Marius y sus amigos, el día que planean hacer regresar la revolución, se encierran en una barricada pero pronto son rodeados por las fuerzas reales. De esta aventura solo Marius se salva, y gracias a la intervención de Jean Valjean. El resto muere. Los revolucionarios esperaban el apoyo del pueblo. Pero el pueblo no los acompaña. ¿Por que será? Marius se salva, pero antes debe morir como revolucionario. Desciende, como Jesús, a los infiernos, convertidos en cloacas. Y de allí resurge, convertido en otro hombre.

Marius comprende su error. Canta un luto para sus compañeros, pero su acción se distancia de ellos: regresa al hogar junto a Cosette, su nueva esposa. Allí es bendecido desde lo alto de la escalera por su abuelo, quién le da la bienvenida al hogar para seguir la tradición de la familia. Esta escena no es casual, su distribución tampoco. En lo alto la tradición familiar religiosa, en lo bajo los nuevos esposos, listos para ascender. Los acompaña Jean Valjean, pero él no es un hombre de hogar. O mejor dicho, su casa es otra.

Pese a ofrecérsele un cuarto con crucifijo en la pared, Jean Valjean decide marcharse haciendo su último sacrificio: alejarse de su hija para que no tenga que cargar con su deshonra. Los novios no lo obedecen y van a buscarlo a la iglesia donde está recluido. Aquí otro acierto de la puesta para contar su relato: Jean Valjean ha ascendido a Papa. Así lo demuestra el trono en el que está sentado, la capa que tiene puesta, la lampara que está detrás de su cabeza a modo mitra papal. Los novios se arrodillan frente a esta figura y le muestran su alianza. El papa los bendice como matrimonio, unión que antes no habíamos visto ya que habíamos pasamos directamente a la fiesta. Es decir, este es el verdadero sacramento que merece ser visto. Jean Valjean muere y Fantine se queda cuidando a la pareja, mientras él cruza un puente que lo lleva a un cripta iluminada, donde con los brazos abiertos lo espera aquel buen Padre que ya antes lo hubiera rescatado.

¿Quién es Fantine? En la tradición la mujer es La princesa, La Virgen y La Iglesia. La pareja queda protegida espiritualmente por la Virgen y la Iglesia, esperando el ascenso de un nuevo vicario de Cristo. Ya habíamos visto este anuncio en Fantine con el tipo de prenda que lleva en el taller donde trabajaba, un manto azul con capucha. Recordemos que el azul es el color de la virgen, opuesto al rojo y negro que cantan los revolucionarios.

Jean Valjean cruza el puente que une este mundo con el celestial. Se es papa porque se pontifica, se es puente entre ambos mundos. Y al ingresar al cielo vamos a la verdadera revolución. En ella una gran barricada unificada resiste los ataques del enemigo. En lo alto Jean Valjean, Fantine, y todos los que fueron justos. Un cielo sin pecadores, sin aquellos que no abrieron su corazón a la piedad. Un cielo sin Javert. Los revolucionarios del cielo cantan su resistencia, la resistencia de la fe frente al nihilismo modernista. Jean Valjean, empujando el barco, que es la símbolo de la Iglesia, penetró el corazón mismo de la revolución, introduciendo en ella la figura de Cristo. La iglesia, como Fantine en aquellos barcos abandonados, puede ser solo violada cuando está mal conducida, cuando no tiene a un digno representante de Dios.


Los miserables le dice a nuestro mundo moderno y progresista una verdad que luego de más de 200 años nuestra mente parece no haber comprendido pese a todos los horrores que el materialismo y la racionalidad nos han llevado, una verdad que a lo que es el mundo de hoy es una verdad polémica, fogosa, incendiaria. Una verdad que es toda una posición ética, política y espiritual ante la vida y el mundo. Todo eso en un musical de Hollywood, con estrellas, con canciones. Los miserables nos dice la gran verdad de nuestro tiempo, la única sobre la que debemos reflexionar y asumir: la revolución será religiosa. O no será.

Esa sola idea, ¿no es revolucionaria?

por Diego Avalos

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